Capital Press

Pausa | Cultura | EL PAÍS

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Hoy traigo buenas noticias para estudiantes pendientes de pasar el examen de la EVAU: ya no tendrán que desentrañar la sintaxis latina de estas columnas. Como siempre, El Roto volvió a dar en el clavo el otro día con su excelente viñeta sobre los periódicos y las subordinadas. En todo caso, hoy me despido de esta cita de los jueves sin que esta despedida adquiera tintes dramáticos: solo pretende ser un gesto cortés y sinceramente agradecido hacia quienes me habéis leído durante todo este tiempo.Más informaciónCreo que la cortesía, la amabilidad y la escucha siguen siendo fundamentales en la convivencia humana. También estoy muy agradecida a EL PAÍS por haberme concedido un espacio desde el que poder pensar con asiduidad. Estas columnas me han hecho visible y me han dado oportunidades de conversación. De hecho, sé que voy a perder cosas materiales e inmateriales, y renunciar a este privilegio me cuesta mucho. No es fácil retirarse de un lugar desde el que ejercer la influencia cuando la influencia y la monetización de la influencia son el objetivo de una mayoría social. Pero, por otro lado, siento que he llegado al final de un ciclo. En estos casi ocho años de Analfabecedaria prometo haber pensado cada palabra que escribía desde un compromiso simultáneo con la vida y la literatura. Desde aquí, hemos hablado de violencia, género, clase, lenguaje, sinergia, empatía, cuerpo. Hemos sido estrellitas, oxigenadas, lesboterroristas, españolísimas, feminazas, selenitas, spam-tadas, dolorosas, voracísimas, tralaritas, patológicas y usurpadoras. Hemos defendido lo público y mantenido que las palabras son nuestra riqueza.Sin embargo, ni mi pulso ni mis reflejos han sido nunca periodísticos. Para mí, formular una opinión, responsable y respetuosa, incluso en el dilatado plazo de los 15 días, supone casi un cortocircuito. Columnistas de ese periódico saben trabajar a varias velocidades, pero yo me he dado cuenta de mi limitación con la práctica. Cuando asumí este reto quizá era muy ingenua y confiaba demasiado en mi resistencia. Pero el hecho es que carezco de la energía, el entusiasmo, la rapidez y el arrojo imprescindibles para desempeñar esta tarea. Yo necesito dos horas para pensar si escribo “verde” o “verdoso” y, ahora que los acontecimientos se apelotonan a una velocidad ingobernable para mi capacidad de procesamiento, me retiro un poquito a fin de valorar si tengo algo que decir y qué tengo que decir. Reajustar la graduación de mis lentes. Acumular pensamiento como reserva para los próximos años. Leer lento. Pensar lento. Escribir menos y también lento. Profundo. Desde esa cualidad de la escritura literaria que construye conocimiento a través de la extrañeza del lenguaje y el cuestionamiento del lugar común. Ojalá pueda porque la ambición no es poca. No es una retirada del mundo, sino la búsqueda de una interlocución distinta. Quiero escribir poemas. Ficciones. Memorias. Trabajar desde las aulas, conversar en clubes de lectura, bibliotecas y asociaciones vecinales. En espacios más pequeños y corpóreos. Políticos de otra manera.Seré una escritora sin columna. Como casi todas. Desocupo un territorio que quizá otras puedan cultivar con mayor pericia periodística. Necesito una pausa en un punto de la vida en el que he de pensar más cada movimiento, y vivo episodios melancólicos que casan mal con la opinión porque se pueden convertir en una acrimonia torva que, por consideración, he decidido evitarle al respetable —a la respetable, también—. Y, aunque la literalidad es la lacra de la civilización digital, lo de “pensar más cada movimiento” lo escribo desde la literalidad absoluta: tendrían que verme atravesar un control aeroportuario con los zapatos en la mano, el bolso, la maletita de ruedas, los líquidos al aire…


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