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El enigma arqueológico de la gran torre que presidía las costas de Cádiz hace 2.000 años: un estudio concluye que estaba dedicada al rey númida Juba I | Cultura

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Hasta 1145, en las inmediaciones de Gades (antigua Cádiz) se levantaba una gigantesca torre escalonada de unos 60 metros (aproximadamente la altura de un edificio actual de 20 pisos), que estaba coronada por la estatua dorada de una figura humana. De esta edificación no queda nada visible, por lo que siempre ha sido uno de los grandes enigmas de la arqueología española. Los más destacados especialistas han intentado recomponer su aspecto a través de la treintena de descripciones que se conservan de ella desde que se erigió a finales del siglo I a. C. hasta su destrucción por el comandante almorávide Ali Ibn Isa Ibn Maymun, que estaba convencido de que en su interior guardaba un gran tesoro. Ahora, el estudio Juba II y el ‘ídolo’ de Cádiz: un posible monumento funerario real númida en el confín occidental del Imperio Romano ofrece una sorprendente interpretación: se trataba de un cenotafio levantado en memoria de Juba I, rey de Numidia, por su hijo, el rey Juba II de Mauritania, promotor de grandes obras públicas en la bahía de Cádiz, explorador de las Canarias y de la isla de Mogador (Marruecos), donde abrió una industria dedicada a la púrpura. El monumento conmemoraría, dice el artículo publicado en la revista Spal y obra de Manuel Álvarez Martí-Aguilar, profesor del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Málaga, “el éxito de la empresa exploratoria de Juba II” y serviría de “referencia visual para los navegantes que transitaron por la ruta establecida por el monarca mauritano hacia la costa atlántica africana y las Canarias”.Más informaciónHasta ahora, a pesar de que numerosas fuentes musulmanas y cristianas medievales reflejaron su existencia, nunca se ha aclarado su función ni a quién estaba dedicado. Las fuentes árabes lo denominan “torre” o “faro”, mientras que a la estatua superior la calificaban de “ídolo” u “oráculo”. Esta figura estaba orientada hacia al océano, tenía una pierna adelantada en actitud de caminar y portaba en la mano un objeto: posiblemente una vara con correas, que posteriormente fue confundida con una llave. De su aspecto exterior se conservan dos representaciones idealizadas, una en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París y otra en una miniatura de la General Estoria de Alfonso X el Sabio, cuyo manuscrito se encuentra en el Real Monasterio del Escorial (Madrid). Las descripciones árabes permiten suponer que la torre debió de ubicarse en la zona de Torregorda, a medio camino entre Cádiz y Sancti Petri.Juba I (85-46 a. C.), hijo y sucesor de Hiempsal II (88-60 a. C.), fue el último rey legítimo de Numidia oriental. Apoyó a la facción pompeyana en el enfrentamiento con Julio César y, tras la derrota en la batalla de Tapso en 46 a. C., hizo un pacto suicida con el general romano Marco Petreyo a fin de obtener una muerte honorable en combate. Su jovencísimo hijo Juba fue llevado por César a Roma, integrándose, a partir del 44 a. C., en la casa de Octavio, donde recibió una pulida formación intelectual grecoromana, además de adiestramiento militar.De izquierda a derecha, retratos de Juba I que se exponen en el Museo del Louvre y en el Museo Arqueológico de Tipasa (Argelia).Yves JalabertOctavio protegió al joven príncipe y le otorgó la ciudadanía romana. Es posible que lo acompañara en sus campañas contra cántabros y astures en Hispania. En el 25 a. C., el emperador lo nombró monarca de Mauritania, donde estableció su capital en Iol-Caesarea (Cherchell, Argelia), un reino con amplia influencia en la región gaditana. El viajero andalusí Abu Hamid al-Gharnati (1080-1170) escribió que la estatua representaba a un “individuo negro”. Por su parte, el geógrafo y biógrafo árabe de origen griego Yaqut (1179-1229) aseguró que el personaje de la torre era un “bereber”, con cabello crespo y barba.“Todo me llevó a valorar la posibilidad”, dice Manuel Álvarez Martí-Aguilar, “de que el personaje representado que coronaba el monumento fuera un monarca norteafricano, pero no Juba II”. Este, criado en la corte de Roma, cultivó sus retratos y efigies en las monedas con “una imagen arquetípica de monarca helenístico, que no coincide con las descripciones del ídolo gaditano”. En cambio, esta representación barbada y de cabello rizado sí “coincide, y de manera singularmente fiel, con las descripciones de su padre, el rey Juba I de Numidia”, explica. En los denarios que Juba I acuñó al final de su reinado aparece su efigie con diadema y portando un cetro real rematado con dos apéndices. Se le representa con bigote y barba y destacan su denso pelo rizado y su peinado, al estilo de cómo trataban sus cabellos los mauros y númidas. En una escultura ecuestre que representa a un jinete númida hallada en Chemtou (Túnez), y que se ha querido identificar con el propio Juba I, el personaje lleva un manto que deja al descubierto su hombro derecho, lo que coincide con varias de las descripciones de la figura gaditana.Diversas fuentes, tanto árabes como cristianas, indicaban que el individuo portaba en la mano un objeto en forma de llave. Pero cuando el monumento fue destruido en 1145, se pudo examinar con atención este enigmático objeto. El geógrafo granadino al-Zuhrī, que visitó Cádiz, vio aún en pie el edificio y conoció su demolición. Aseguró que la figura sostenía un objeto con “correas de cuero, como una fusta”, descripción que encaja con la imagen del cetro real que aparece en los denarios de Juba I.“La propuesta de identificar al personaje que coronaba el edificio como Juba I y la de que su construcción fuese ordenada por su hijo Juba II invitan a considerar la posibilidad de que se trate de un epígono de la tradición de monumentos de la arquitectura real númida del norte de África”, dice el experto. Los monumentos funerarios reales númidas fueron construidos entre mediados del siglo II y el siglo I a. C. Eran edificios turriformes, escalonados y culminados en un remate piramidal. Se erigían en lugares aislados y preeminentes, como fronteras naturales o étnico-políticas, y junto a cursos de agua. Por su ubicación se convertían en hitos visuales del paisaje. Poseían un carácter funerario y eran levantados por los sucesores de los fallecidos.Reconstrucción idealizada de la estatua de Juba I de Numidia que pudo haber coronado el monumento de Gades. Izzy ArmstrongEl perfil del monumento de Cádiz, según los relatos medievales, coincide plenamente con los del norte de África: con forma de torre, escalonado, rematado en una pirámide, macizo, sin puerta de acceso y con sus piezas unidas por plomo. El historiador Al-Ḥimyarī informó de que tras su destrucción “no se pudo extraer de los escombros más que el plomo que unía las piedras unas a otras y el cobre con que estaba hecha la estatua: era cobre dorado”.Uno de los aspectos que más directamente conecta el edificio de Cádiz con los monumentos turriformes púnico-númidas africanos es su ubicación. Se supone que debía hallarse en Torregorda, en mitad de la isla del León, en torno a la desembocadura del río Arillo, en un lugar equidistante entre Cádiz y Sancti Petri, al igual que los monumentos númidas africanos, cerca de los cursos de agua, pero en los límites de las ciudades. Entre los aspectos singulares que esta nueva interpretación del monumento aporta, el autor del estudio destaca la explícita celebración de la identidad númida por parte de Juba II a través de la figura de su padre, lo que podría entenderse como un mensaje de complicidad con las poblaciones norteafricanas establecidas de antiguo en el litoral gaditano.


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