Hora de la siesta. Suena el teléfono. Número oculto:—¿Diego Neira?—Sí, soy yo.—¿Pero eres Diego? Soy el papa Francisco.—Ah, muy bien. ¡Qué bien lo imitas!Y como tenía acento argentino, Neira no estaba muy convencido de ese tono. “Si me vas a ofrecer una compañía de teléfono”, avisó, “no me interesa”. A lo que el Papa no se anduvo con historias y se echó una carcajada:—Yo entiendo que os ponéis muy nerviosos, pero tengo tu carta delante. Quiero verte. No te preocupes por nada.Neira entonces dio un salto. No daba crédito. La llamada del papa Francisco le pilló con su padre dormido en salón de casa un 8 de diciembre. Esa carta que Francisco comenzó a leerle por teléfono en 2015 era muy especial. La escribió justo unos meses antes, tras recibir un ataque tránsfobo de un sacerdote de Plasencia, la ciudad cacereña de 45.000 vecinos donde nació hace 56 años. El párroco le dijo que era como una hija del diablo, que iba a arder en el infierno. Dolido, al llegar a casa encendió el ordenador y se puso a escribir una carta. A Neira le encanta escribir desde pequeño. Y le vino a la memoria la conversación que el papa Francisco mantuvo con unos periodistas tras un viaje a Brasil en 2013. En aquel el avión, el Papa confesó a los reporteros:—Si una persona es gay y busca a Dios, ¿quién soy yo para juzgarlo?Ahora, tras la muerte de Francisco, Neira confiesa que guardará para siempre esa carta, donde le escribió que él era un hombre muy católico y que, simplemente, se sentía un hombre en el cuerpo de una mujer. Al concluir la redacción, buscó cómo narices se envía una carta al Vaticano. “Me metí en Google. Puse Ciudad del Vaticano y a la atención de su santidad. No tenía ni dirección ni nada. Él recibía una media de 6.000 cartas diarias y pillaron la mía. Yo no mandé una carta. Yo mandé un sueño”.Tres semanas después, su teléfono móvil volvió a sonar con el famoso número oculto. Esta vez le pilló en la calle Sierpes de Sevilla, en pleno centro, y en pleno puente de diciembre. Ahí miró a Macarena, su pareja, y le dijo:—Maca, es el Papa.Hoy recuerda que su familia no se lo creía del todo, que cómo le iba a llamar el Papa Francisco a él. La segunda vez sirvió para dar fe a su testimonio, aunque le pillara en una céntrica calle sevillana y tuviera que refugiarse en una tienda de zapatos. Para oír la voz del santo padre, eso sí, puso el altavoz. Las caras de la dependienta de la tienda eran un poema:—¿Está hablando con el papa?—Sí.Neira recuerda que le dijo qué tal le venía el 25 de enero para viajar a Roma. “Nos vemos en Santa Marta. No te preocupes por nada”. Ahí, el puente entre el Vaticano y él fue el entonces obispo de Plasencia, Amadeo Rodríguez, que terminó de organizar el encuentro. Dice que cuando aterrizó en Roma estaba muy nervioso, y siendo diabético no es una buena carta de presentación. Él y su pareja se hospedaron en un hotel al lado de la plaza de San Pedro. Sobre las cinco de la tarde, todavía nervioso, le entró una ansiedad endiablada cruzando la avenida. Saludó a los agentes de la guarda suiza con su uniforme tradicional amarillo, naranja, rojo y azul. De pronto, ya estaba en la residencia de Santa Marta, donde un señor les saludó tras una puerta no muy grande:—Pasen, que enseguida viene.Y ahí apareció el Papa. “Dije: ‘Esto es el cielo’”. Y le abrazó. “Fue muy, muy cercano, muy cariñoso. Muy argentino. A mí ya me había ganado”. Neira empezó a tutearle, nervioso:—Perdóneme, padre.—Llámame Francisco o Jorge.“Es un hombre que estaba pisando el mismo suelo que tú. No es un endiosado, llevaba su cruz de plata y sus zapatos negros, era tanta la humildad…”. Neira, su pareja Macarena y el santo padre estuvieron reunidos 90 minutos. Una conversación que, dice, no desvelará por ahora. “Yo reo que jamás en la vida viviré algo parecido, aparte de la tranquilidad emocional y espiritual que me dio. Yo estaba convencido de que para la Iglesia era un apestado por el simple hecho de ser transexual. Todo el daño que me había hecho la institución me lo borró. Creo que esa reunión la gestó mi madre desde el cielo”. Con el tiempo, mantuvieron el contacto varias veces en estos años. Neira, de hecho, al regresar a Plasencia volvió a comulgar. Y aún se emociona al recordar cómo en aquella sala del Vaticano, el Papa le hizo adiós con las manos tras despedirse:—Fueron 90 minutos de estar en el cielo por un rato.Diego Neria, en 2015.
Habla Diego, el primer transexual que se reunió con el Papa: “Fueron 90 minutos de estar en el cielo por un rato” | España
4 min
