Capital Press

La violencia en Guerrero se extiende a la región afromexicana

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Las cabezas de tres hombres aparecieron en el crucero, a 200 metros de la casa. Eran el padre, que rondaba ya los 90 años, y sus dos hijos. Los asesinos habían dejado el resto de sus cuerpos en la casa, junto al de la madre, también octogenaria, asesinada como ellos. Como tantas veces en estos años de deriva violenta en México, las cabezas mandaban un mensaje. Como tantas veces, también, el significado del mensaje quedaba oculto, más allá de las paredes de la casa, los límites de la comunidad, las relaciones de las víctimas y quién sabe cuántas variantes más.Los atacantes prendieron fuego a la casa, parte del mismo mensaje de las cabezas, detalle tan difícil de desentrañar como el anterior. Todo aquello ocurría el sábado en Montecillos, una comunidad de Cuajinicuilapa, pueblo afromexicano en el corazón de la Costa Chica de Guerrero. Pero había más. El mismo sábado, pistoleros acribillaban al líder ganadero Armando Añorve, cerca del centro, horas antes de las elecciones a la asociación ganadera local. Y antes aún, el viernes, criminales habían asesinado en el municipio al comisario de una de sus comunidades, Ángel Medel.“Cuajinicuilapa y la Costa Chica, en general, fueron hasta hace pocos años un bastión del PRD”, explica Abel Barrera, del centro de derechos humanos de La Montaña, Tlachinollan, que tiene sede en Tlapa, costa adentro. “Pero con el cambio de gobierno”, añade, en referencia a los últimos meses del año pasado, “se empezó a disputar más abiertamente la plaza, que la había tenido un paisano de allí. Con el nuevo presidente municipal, cambiaron las cosas. Se empezó a meter [el grupo criminal de] Los Rusos y es cuando empezaron los asesinatos”, añade.El relato de Barrera responde a una dinámica habitual desde hace años, en Guerrero y medio México. Lejos de funcionar como competencias en torno a una serie de ideas, de propuestas, las contiendas electorales se han convertido en carreras encarnizadas entre grupos por alcanzar el poder, con el único objetivo de repartirse el botín, el presupuesto municipal, y de controlar la economía local. “El problema es que ya no son caciques los que se alían con un candidato, como pasaba antes, es la delincuencia organizada”, añade Barrera.En Cuajinicuilapa, municipio cercano ya a Oaxaca, epicentro de la cultura afromexicana, el Partido Verde llegó al poder en octubre. Hasta entonces, el cacique local había sido un tal Licho Ventura. “Él tenía muchas alianzas, lealtades en las comunidades y la cabecera. Y su red de cómplices estaba bien tejida”, explica Barrera. Por el motivo que fuera, la llegada del verde, con el nuevo alcalde, Hildeberto Salinas, coincidió con la irrupción del grupo criminal Los Rusos, fuertes en Acapulco, en Cuajinicuilapa, un municipio de poco más de 25.000 habitantes.Más informaciónSalinas asumía el cargo el 30 de septiembre y, apenas un mes más tarde, pedía licencia para apartarse de su cargo, por las amenazas de muerte que supuestamente estaba recibiendo. En ese tiempo hubo balaceras y ataques armados en el municipio. Criminales incendiaron la casa del tesorero, y secuestraron a un regidor. “Cuaji se ha vuelto un pueblo sin ley, los niños no van a la escuela, porque muchas no están abiertas”, dice Barrera. “Y lo peor de todo es que la disputa ya se extendió a las comunidades, como el caso de Montecillos”, añade.No está claro en qué meandro de la disputa entre ambos grupos hay que colocar la masacre de los octogenarios y sus hijos. “Impacta mucho, Montecillos es una comunidad pequeña, aislada… Hay ya un patrón de ajusticiamiento, de estos grupos armados que aparecen con información, veraz o no, en el sentido de que las personas de la comunidad están con un grupo u otro”, insiste Barrera.La situación trasciende a Cuajinicuilapa y apunta en realidad a toda la parte sur de Guerrero. Puede que cambien los actores, pero el esquema es el mismo, grupos de delincuentes con intereses por imponerse en un municipio, una red de carreteras, un paso entre la sierra y la costa, etcétera, que arrasa con todo lo que piensen que se interpone en su camino. Hace poco más de una semana, criminales mataron, por ejemplo, a 11 personas en Tecoanapa, a tres horas de distancia de Cuaji. En aquel lugar, otros nombres del santoral criminal, caso de Los Ardillos, protagonizan las reyertas.Los intereses de los grupos van buena parte de las veces más allá del presupuesto municipal, sobre todo si son zonas costeras. No es ningún secreto que el litoral guerrerense, mucho menos poblado y turístico que el oaxaqueño, forma parte del engranaje del tráfico de drogas desde Sudamérica, particularmente de cocaína. Este mismo lunes, la Secretaría de Seguridad informaba del decomiso de más de cuatro toneladas de la droga, precisamente frente a ese tramo de costa. Los cambios políticos, las detenciones o asesinatos de cabecillas criminales, el flujo millonario de drogas, tienen a la Costa Chica en un puño, una situación que se repite en todo Guerrero.


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