Las estadísticas sobre violencia en México arrojan más preguntas que respuestas. Por un lado, las cifras de asesinatos que ofrece el gobierno federal muestran una reducción sustancial: 58.3 víctimas diarias en lo que va de abril, frente a 100 hace seis años u 87 hace seis meses. La disminución en lo que va del sexenio de Claudia Sheinbaum representaría alrededor de 33%. Donde morían tres, hoy mueren dos, por así decirlo. No es poca cosa para tan corto tiempo. En términos de la narrativa oficial, eso significaría que está siendo un éxito la nueva estrategia de seguridad pública, impulsada por Omar García Harfuch, muy distinta a la política de “abrazos no balazos” del sexenio anterior.Sin embargo, llama a confusión la encuesta nacional de seguridad pública urbana dada a conocer apenas este martes sobre la percepción de los ciudadanos respecto a la violencia, difundida por el Inegi. Los resultados son decepcionantes para la autoridad. 61.9 de cada cien habitantes considera que es inseguro vivir en su ciudad. Dos de cada tres mexicanos, prácticamente. Pueden ser muchos (lo son) o pocos, según se mire; el problema es que es exactamente la misma cifra que hace un año, cuando según estadísticas oficiales el número de asesinatos superaba los ochenta diarios, significativamente mayor al dato actual.¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué podría explicar la contradicción, real o aparente, entre lo que perciben los ciudadanos y lo que informa el gobierno? La más recurrente de las explicaciones procede, obviamente, de la prensa y de los comentaristas críticos de la 4T, que dan por hecho que las autoridades han manipulado o maquillado las cifras. El argumento más esgrimido es que el número de asesinatos ha disminuido porque ahora no se contabilizan muchas desapariciones. El gobierno rechaza tal acusación, dando cuenta de la manera en que se construye esta cifra, la de asesinados, a partir de la información ofrecida en los registros de cada entidad, a la vista de quien quiera revisarlos.Lo cierto es que las dudas persistirán mientras no se establezca un mecanismo transparente para llevar el registro y seguimiento más efectivo de las desapariciones, que hasta ahora constituyen un hoyo negro. Tiene razón la autoridad cuando argumenta que existen muchas personas reportadas como desaparecidas que en realidad simplemente optaron por desplazarse, regresaron y nunca cancelaron el reporte o fueron reclutados por el narcotráfico. En ese sentido es muy probable que la cifra de desapariciones que maneja la prensa opositora sea excesiva. La falta de un registro oficial confiable ha llevado a recuentos por parte de organismos de diversa índole con metodologías distintas. Es posible que las sumas que hoy se manejan padezcan redundancias e inconsistencias. Pero, por otro lado, hay evidencias de que el número de desapariciones no es menor a juzgar por las muchas familias afectadas y las fosas encontradas. Podremos dimensionar mejor el fenómeno cuando entren en operación las nuevas medidas propuestas por Sheinbaum para mejorar registros y seguimiento, mismas que en este momento están siendo revisadas por las organizaciones de familiares de desaparecidos.Pero el desencuentro entre estadísticas oficiales y percepciones podría deberse a otros factores. Uno sería el tiempo que lleva la modificación de una realidad y el cambio en la “narrativa” que las personas construyen sobre esa realidad. Un ejemplo palpable pudimos observar en las elecciones presidenciales en noviembre del año pasado en Estados Unidos. La inflación había disminuido considerablemente en el último tramo del gobierno de Joe Biden pero, según las encuestas de opinión, muchos electores estaban convencidos de que seguía en los niveles históricos que alcanzó en 2021 con 7.04% anual, aun cuando había descendido a 2.9 en el momento de las elecciones. Fue uno de los argumentos con los que Donald Trump se hizo de la victoria.El otro factor tiene que ver con el manejo de los medios y la manera en que eso afecta la construcción de percepciones. Sería ingenuo ignorar el peso que ha desempeñado la cobertura de la prensa. Por donde se mire, hoy existen menos asesinatos de los que había en el último año del sexenio de Enrique Peña Nieto y los primeros tres de López Obrador, en torno a los 35 mil muertos anuales. Los homicidios por día pueden haber bajado de 100 a 70 o a 60, lo cual es enorme, pero siguen siendo suficientes para inundar las portadas de los periódicos y las cortinillas de los noticieros, si así lo desean los editores y comunicadores. Imposible saber cuánto de la sensación de violencia que se extiende entre los habitantes se alimenta de lo que escuchan en medios de comunicación y cuánto por el intercambio de información de los casos que se registran en su entorno y se comparten entre familiares, amigos y conocidos. Resulta sintomático que, tras cada reporte del Secretariado Ejecutivo del Sistema de Seguridad, la prensa crítica resalte los datos de aquellas poblaciones en las que se incrementó la violencia y se omita la mención de los lugares en los que decreció. Mucho menos aún se destaca el hecho, verdaderamente importante asumiendo que sea fidedigno, que la curva de la violencia puede, en efecto, estar disminuyendo.¿Bajará la percepción pesimista una vez que se consolide el descenso de la violencia, si fuera el caso? ¿Pueden las autoridades hacer una mejor estrategia de comunicación para que la población se convenza de la mejoría respecto a la inseguridad pública? ¿hay un sesgo significativo en los medios de comunicación que alimenta de manera desproporcionada el miedo entre la población respecto a la violencia? ¿podrán las nuevas medidas sobre las desapariciones dimensionar la magnitud del problema y eliminar el efecto distorsionador que ahora impacta en la tasa de homicidios?El tiempo lo dirá; por el momento me parece que todos estos factores se mezclan para incidir en este desajuste entre la realidad que presume el gobierno y la percepción de los habitantes. La única manera de resolver de tajo esta polémica es una estrategia de seguridad sumamente eficaz, capaz de ofrecer resultados notorios y a lo largo del tiempo. Cómo dirían los futboleros, la mejor manera de evitar acusaciones de haber triunfado por un penalti es ganar por goleada. Contra eso no hay distorsión que valga.@jorgezepedap
Seguridad pública, los resultados que no se ven | Opinión
6 min
