El general chileno Jorge Iturriaga, casi nonagenario, recuerda que se pasó todo el año 1967 aislado del resto de la humanidad. Los Beatles estrenaban su álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, el cirujano sudafricano Christiaan Barnard lograba el primer trasplante de corazón y el astronauta estadounidense Gus Grissom, destinado a ser el primer ser humano que pusiera un pie en la Luna, moría achicharrado en un ensayo, pero Iturriaga no se enteraba de nada porque vivía en una base militar chilena construida encima del volcán emergido que forma la remota isla Decepción, en la Antártida. El entonces capitán sabía que había habido erupciones en 1812, 1842 y 1912, prácticamente cada medio siglo, y que ya tocaba otra, pero preguntaba a los científicos y siempre le respondían lo mismo: “No se preocupe, es un volcán apagado”. El 4 de diciembre de 1967, tras cientos de terremotos, las entrañas de la tierra se abrieron bajo el hielo y los militares chilenos tuvieron que huir escopeteados de la isla. Ha pasado más de medio siglo y allí, sobre el volcán, se encuentra ahora la base española Gabriel de Castilla. Sus moradores están preparados para una hipotética erupción.El brigada Alfredo Ojanguren es uno de los 24 militares que han pasado el verano austral en la base. Pertenece al legendario Regimiento Galicia 64 de Cazadores de Montaña, heredero de los Tercios que combatieron en Flandes en el siglo XVI. Está acostumbrado a jugarse el pellejo en misiones en Afganistán, pero no se fía de la Antártida, el único continente sin armas ni explosivos. “Aquí la amenaza no es otro ser humano, sino el entorno hostil que nos rodea”, alerta apoyado en una zódiac frente a la base chilena destruida por la erupción de 1967. Los violentos vientos convierten los fragmentos de rocas volcánicas en diminutas cuchillas voladoras. La sensación térmica alcanza los 20 grados bajo cero. “La Antártida te da una bienvenida diciéndote que este no es un sitio para ti”, proclama Ojanguren.Más informaciónEl Tratado Antártico prohíbe las bases militares, salvo que estén dedicadas a la ciencia, como la Gabriel de Castilla, establecida en 1989 por el Ejército de Tierra español en la isla Decepción, a unos 1.000 kilómetros al sur de la punta de Sudamérica. Ojanguren tiene la misión de acompañar a los científicos, muchos de ellos vulcanólogos, en sus arriesgadas expediciones fuera de la base. Lleva un machete en el cinto y un traje impermeable de supervivencia en aguas frías. “Si te caes sin este equipo, duras minutos con vida”, advierte.La vulcanóloga Belén Rosado es una de las investigadoras escoltadas por los militares. Sus análisis constatan que las subidas y bajadas del magma hacen que el volcán abra y cierre sus fauces periódicamente, de manera amenazadora. Su grupo, de la Universidad de Cádiz, mide desde hace décadas la distancia entre la base española y la estación chilena destruida, a unos seis kilómetros, en el otro lado de la caldera del volcán, inundada por el océano Austral. El último susto se vivió en la campaña 2019-2020, cuando se detectó una deformación que obligó a cambiar el semáforo que indica la actividad volcánica, que pasó de verde a amarillo. “De haber continuado la tendencia, habrían sido 20 centímetros en un año, lo cual es muchísimo”, señala la investigadora. El propio Ministerio de Defensa tiene este texto publicado en su web: “El vulcanólogo Ramón Ortiz, del CSIC, ha estudiado la actividad sísmica de la isla durante más de 10 años, y ha llegado a registrar más de 80 terremotos diarios. Asegura que todo ello es un síntoma evidente de que existe un peligro real, a corto plazo, de que se produzca una erupción explosiva que provoque el despertar brusco del volcán. Si ello ocurriese, Decepción podría llegar a ser tragada por el mar, y no hay ninguna razón para pensar que esto no llegue a ocurrir”. Belén Rosado también cree que el peligro es real. “Sí, es cierto. Pero precisamente por eso estamos aquí, para medir todos los parámetros que nos dan indicios de que pueda o no entrar en erupción”, argumenta. Este año, la boca del volcán se ha cerrado unos cuatro centímetros. Parece “muy relajado”.El teniente coronel Carlos González Bielsa, colaborador de la Universidad de Cádiz, en la base chilena destruida en 1967 en la isla Decepción (Antártida).Luis Manuel RivasEl esqueleto de la base chilena es un espeluznante recordatorio de que la amenaza volcánica es, efectivamente, muy real. El general Jorge Iturriaga explica por videollamada que, aquel 4 de diciembre de 1967, él y sus compañeros estaban justo abandonando la isla Decepción, tras ser relevados por otro destacamento. Llevaba más de un año sin ver una película, así que celebró que pusieran una en el barco, aunque fuera el filme religioso Santa Teresita del niño Jesús. Comenzada la proyección, un oficial entró en la sala y gritó: “¡Erupción volcánica en isla Decepción!”. Iturriaga y sus colegas salieron en estampida a la cubierta y contemplaron una descomunal columna de humo negro brotando del que había sido su hogar hasta hacía unas horas. “La erupción fue gigantesca, era realmente un infierno”, rememora el general, autor precisamente de un libro titulado Infierno en Isla Decepción (Fundación Arturo Merino Benítez, 1999), en el que detalla la agónica evacuación.A unos cinco kilómetros al sur de los despojos de la base chilena, el biólogo Antonio Quesada camina por otras ruinas mientras cuenta su historia. En plena Segunda Guerra Mundial, en 1943, el Ejército británico lanzó aquí la Operación Tabarin, una misión secreta para crear bases militares en la Antártida. Los expedicionarios establecieron la llamada Estación B, aprovechando las desvencijadas cabañas de un antiguo poblado ballenero. Tras la erupción de 1967, el barco chileno de Jorge Iturriaga tuvo que rescatar a los británicos, indefensos ante la lluvia de magma. En 1969, tras sucesivas erupciones que provocaron una riada de barro, la base también fue abandonada definitivamente. Los restos de un cementerio sepultado por el lodo ponen los pelos de punta.La base española Gabriel de Castilla, establecida por el Ejército de Tierra sobre el volcán de la isla Decepción, en la Antártida.Luis Manuel Rivas“En la actualidad, el volcán está calmado. Este año estamos teniendo muy poca actividad sísmica, y eso nos preocupa, porque tras la calma viene la tempestad”, sentencia Quesada, responsable del Comité Polar Español, la autoridad adscrita al Ministerio de Ciencia que está encargada de coordinar la investigación antártica. El biólogo recuerda otra crisis con semáforo amarillo, en febrero de 2015. “Estuvimos muy vigilantes, con el miedo de que realmente comenzara una erupción. Parece ser que lo primero que hace este volcán es una deformación importante, luego se abre una grieta y, a partir de ella, comienza la erupción. Estábamos bastante asustados por si teníamos que evacuar a nuestro personal. De hecho, avisamos a toda la comunidad internacional, tanto a los operadores científicos como a los turísticos, de que habíamos cambiado el color del semáforo y había mayor riesgo de erupción volcánica en la isla”, subraya Quesada. La Antártida vive un auge inaudito del turismo. El año pasado, unas 125.000 personas visitaron el continente, dejando chocantes imágenes de playas abarrotadas. La isla volcánica Decepción, con las bases chilena y británica destruidas por erupciones, es uno de los destinos más demandados. Dos periodistas de EL PAÍS contemplaron varias de estas escenas insólitas a lo largo de un viaje de 20 días en febrero. En la mañana del 16 de ese mes, un centenar de turistas se bañaban frente a las ruinas de la estación chilena, entre estrellas de mar literalmente cocidas por las fumarolas del volcán.El brigada Alfredo Ojanguren, entre las fumarolas de la playa Caleta Péndulo, en la isla Decepción (Antártida).Luis Manuel RivasEspaña tiene dos bases en la Antártida, en dos islas vecinas: la Juan Carlos I, gestionada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas; y la Gabriel de Castilla, del Ejército de Tierra. La primera, con el alcohol absolutamente prohibido, parece un monasterio dedicado a la ciencia. La segunda, con vino y cerveza a disposición, es más festiva. En la casi siempre animada sala de estar, encima de un jamón, hay un mapa del volcán de la isla Decepción con cinco rutas de evacuación dibujadas, en función del posible lugar de erupción. El teniente coronel Javier Moreno Amatriain, jefe de la base, explica que están listos para escapar en cualquier momento. “Siempre tenemos cinco embarcaciones en la playa para poder evacuar a todo el personal”, señala. Dos técnicos del Instituto Geográfico Nacional, Violeta Rechcygier y Sergio Blanca, vigilan los movimientos del volcán en tiempo real desde un módulo de la base.La isla es un edén para los científicos, gracias a sus condiciones extraordinarias. Las elevadas temperaturas del suelo facilitan el establecimiento de inmensas pingüineras, con más de 50.000 ejemplares. Estos días de febrero, los biólogos Josabel Belliure y Gabriel López, de la Universidad de Alcalá, y Nacho Juárez, de Oxford, investigan si el calentamiento global está modificando la personalidad de los pingüinos, haciéndolos más tímidos, exploradores o agresivos. En una playa, las oceanógrafas Emma Huertas y Elena Rubio parecen las protagonistas de la película Cazafantasmas, pero en vez de una mochila de protones para capturar espectros llevan a la espalda un sensor portátil para medir los gases de efecto invernadero sobre el terreno. Caminan sobre fumarolas a más de 100 grados de temperatura.“El papel del océano en la mitigación del cambio climático es esencial, puesto que incorpora una gran cantidad de calor y de gases de efecto invernadero desde la atmósfera, lo cual amortigua este calentamiento global. La Antártida ha secuestrado el 40% de las emisiones antropogénicas de CO₂”, expone Huertas, del Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía. “El hecho de que la base Gabriel de Castilla esté ubicada en la caldera de un volcán activo nos da la oportunidad de estudiar cuál es la contribución de este volcán a las emisiones de gases de efecto invernadero que irremediablemente acaban en el océano Austral”, añade la oceanógrafa, antes de embarcarse en una zódiac del Ejército de Tierra para regresar a la base Gabriel de Castilla. Esta noche habrá fiesta y cumbia con los vecinos de la estación argentina ―la otra que existe en la isla―, pero siempre con cinco embarcaciones preparadas para una evacuación.
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