El Madrid viajó el 24 de noviembre de 1998 a Milán para enfrentarse al Inter. Los blancos venían de ganar la séptima Copa de Europa, el título más perseguido, y esa temporada la habían empezado torcida. A cuatro puntos del Barça en Liga, en el Giuseppe Meazza cayeron por 3-1; sin embargo, los jugadores hablaron esa noche de que se abría una nueva etapa, que al fin habían recuperado la actitud. “Hoy, por primera vez, hemos sido un equipo”, proclamó el locuaz Roberto Carlos. Pero no. La desventaja con los azulgranas siguió creciendo y el entrenador, Guus Hiddink, fue despedido tres meses más tarde después de dejar varias advertencias: “Tras los éxitos de la Champions y la Intercontinental, hay que pedir más. El equipo debe recuperar el corazón de amateur”. Con su sucesor, John Toshack, el curso se cerró sin títulos. Pasan los años, las generaciones de jugadores, los técnicos y hasta los presidentes, y un problema permanece invariable: con cierta frecuencia, el Madrid peca de lo que ahora se ha definido como “falta de intensidad”. Estos días se queja Xabi Alonso, que este domingo acude muy apurado a Vitoria (21.00, DAZN; con Mbappé mejorado y la vuelta de Huijsen), igual que la pasada campaña lo hacía Carlo Ancelotti y antes nombres de pelaje tan distinto como Zinedine Zidane, José Mourinho, Vicente del Bosque, Fabio Capello, Carlos Queiroz o los expresidentes Lorenzo Sanz y Ramón Mendoza a principios de los noventa. También Florentino Pérez, que en septiembre de 2019, tras un 3-0 del PSG y un curso en blanco, pidió más apetito. “Tenemos que recuperar el hambre de triunfos. Si recuperamos la intensidad, da igual a quién saquemos”, afirmó en una asamblea de socios. Él ya se había marchado en 2006 con un reconocimiento lapidario: “Quizá he maleducado a los jugadores”, admitió en su despedida, que fue temporal. La historia del Madrid en las últimas décadas se encuentra salpicada de abundantes peticiones o confesiones de entrenadores, jugadores y responsables sobre la dejadez del equipo en momentos de crisis. Mendoza avisaba en 1993 que quien “no metiera la pierna no seguiría”. Su sucesor, Lorenzo Sanz, decía en 1996 tras la eliminación de la Juventus que no entendía “la actitud de los jugadores” porque él habría “salido cojo”. Christian Panucci pedía a sus compañeros en 1998, durante la mala temporada liguera en el año de la séptima, “correr y presionar más”. Del Bosque avisaba en enero de 2001, al poco de caer en Copa en Toledo, que “la camiseta no basta para defender”. Bern Schuster dudaba en noviembre de 2008, un mes antes de su despido, del compromiso de la plantilla y pedía que todos se pusieran “el mono de la responsabilidad”. Zidane asumía tras golear al Sevilla en diciembre de 2017 en medio de una campaña pésima en el campeonato que eso no significaría nada si en el siguiente encuentro no ponían “las mismas ganas”. Suker, Mijatovic y Seedorf y en un entrenamiento del Real Madrid en la temporada 96- 97.Gorka LejarcegiLa apelación al sudor y la actitud es tan vieja como el fútbol en todos los equipos. Lo que hace distinto al Madrid, la entidad más laureada, es la reiteración con la que cae en la pereza declarada en el día a día, lejos de la fascinación por la Champions. El problema se ha convertido casi en una tendencia natural y forma parte también de dos generaciones icónicas de las últimas décadas: la Quinta de los Ferraris (a finales de los noventa, ganadores de la séptima) y los Galácticos (al inicio del nuevo siglo). Pedja Mijatovic, estrella de la primera, disolvió definitivamente la segunda cuando llegó en 2006 a la dirección deportiva bajo la presidencia de Ramón Calderón. “Vamos a luchar por un Madrid sin Galácticos ni Quinta de los Ferraris. Los jugadores van a someterse a una disciplina especial gracias a la personalidad de Capello. El problema del actual Madrid no ha sido perder, sino hacerlo sin orgullo”, afirmó en una entrevista en As. Unos meses antes, Florentino Pérez había dimitido con aquel reconocimiento sobre su relación con la plantilla. El antecedente CamachoEn el verano de 2004, José Antonio Camacho se había marchado tras apenas seis partidos en el banquillo y resulta difícil no establecer algún tipo de paralelismo entre las explicaciones que ha dado de su renuncia y el presente. “Yo creía que el Madrid necesitaba un cambio y pensaba que me llevaban para hacerlo. Vi que iba a ser muy difícil”, afirmó en 2021. “Es posible que hayan sentido que les tocaba las narices al entrenar. Yo no le toco las narices a nadie si ganamos, pero hay que ganar. Lo mínimo es dar a los jugadores algo del rival. Por muy galácticos que sean, les tendré que decir cómo juega el contrario”, se justificó. Esa etapa se cerró con tres campañas seguidas sin títulos grandes, la única vez hasta ahora desde la llegada de Alfredo Di Stéfano. “Se ha dejado a un lado la humildad. Necesitamos recuperar el alma perdida”, se quejaba Michel Salgado en 2005, un día antes de recibir aquel simbólico 0-3 del Barça de Ronaldinho.En varias ocasiones, esta inclinación por aflojar las tuercas en el día a día la ha suplido con la gloria de la Champions, donde todo empieza con esfuerzos puntuales. En Liga, sin embargo, desde las campañas 2006-07 y 07-08 no enlaza dos campeonatos, algo que el Barça ha logrado tres veces en este periodo. En las tres últimas décadas, hasta en una decena de ediciones ha cruzado el ecuador del torneo con una desventaja que rondaba, o superaba, los 10 puntos. Ni siquiera lo evitó el látigo de Mourinho. En la 2012-13, el curso siguiente a la Liga de los 100 puntos, a Navidades llegó a 16 puntos del Barcelona. “Nos falta la continuidad de jugar cada partido con la misma concentración, personalidad y ambición”, analizaba el portugués. Continuidad, la misma palabra que ahora suele usar Xabi Alonso. En 2019, en un momento de debate sobre esta cuestión, Zidane avisó: “Eso no se trabaja. Sobre todo, cuando jugamos cada tres días. No vamos a trabajar la intensidad. Sabemos que tenemos que estar fuerte en el partido y mantener ese ritmo lo máximo posible”, indicó. El club que ha construido su gran relato con la heroicidad es también el que cae con cierta frecuencia en la flojera.

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