En la ciudad más futurista de Sudamérica, la política insiste en demostrar que “Brasil tiene un gran pasado por delante”, como predicaba el comediante Millôr Fernandes (Río de Janeiro, 1923-2012) en uno de sus chistes más famosos.La maldición histórica de indultar a políticos y militares, por ejemplo, vuelve a rondar Brasilia en el momento en que los jueces del Tribunal Supremo juzgan —con amplio derecho a la defensa para los acusados— al expresidente Jair Bolsonaro y a siete excolaboradores directos, tanto civiles como militares.La conspiración para amnistiar a la banda involucrada en la aventura antidemocrática de 2022/2023 está siendo urdida por parlamentarios de la derecha y ultraderecha brasileña, bajo el mando del gobernador Tarcísio de Freitas (Partido Republicano), probable rival de Luiz Inácio Lula da Silva (Partido de los Trabajadores) en las elecciones de 2026 y gestor de São Paulo, el Estado con mayor poder económico del país.El tribunal encargado del juicio a los golpistas se ubica, en el triángulo equilátero de la plaza de los Tres Poderes, a solo 400 metros del Congreso Nacional, donde diputados y senadores se confabulan para librar a Bolsonaro y a los generales de posibles condenas.A este lado de la plaza, reina el entusiasmo ante la posibilidad de llevar a la cárcel, por primera vez en la historia de la república, a quienes atentaron contra el orden democrático. Del otro lado, las maquinaciones para liquidar cualquier decisión judicial del tribunal marchan a todo vapor.La brecha en la opinión pública favorece la justicia: según Datafolha, el principal instituto de sondeos del país, el 55% de los brasileños se opone a cualquier idea de indultar al expresidente. El resto no sabe o se negó a responder la encuesta. La maldición histórica que ronda la arquitectura moderna de la capital federal persiste desde el golpe de 1889, durante la proclamación de la República, y se repitió en los alzamientos de 1904, 1922, 1924, 1964 y, recientemente, en el intento de seguir en el poder del capitán retirado del Ejército Jair Bolsonaro. En todas estas manifestaciones golpistas, hubo presencia y protagonismo de los militares, como muestra el historiador Carlos Fico en su libro Utopia autoritária brasileira (Editorial Planeta). La actual injerencia del Gobierno de Estados Unidos, con la imposición de aranceles del 50% por parte del presidente Donald Trump y la aplicación de sanciones contra jueces de la Corte Suprema, es otro fantasma del pasado que ha vuelto a asomarse en los pasillos de Brasilia, repitiendo la fuerte presencia de la CIA y la Casa Blanca en el golpe de Estado de 1964. El golpismo con participación estadounidense es un clásico nacional, casi una Samba de uma nota só (Una samba de una sola nota), por recordar el extraordinario éxito del gran maestro de la bossa nova, Tom Jobim (Río de Janeiro 1927 – Nueva York 1994). Lo más bizarro es saber que la conspiración para la amnistía del expresidente y sus cómplices empezó a gestarse y podría ser aprobada en el Congreso antes de la decisión final y cualquier sentencia de la Corte Suprema. Un nuevo golpe a la democracia con ánimo de borrar el delito del intento de golpe de Estado. Una artimaña muy al estilo de la eterna maldición histórica. “Espero que estas personas sean condenadas y que no haya amnistía. Mucha gente me pregunta si habrá una amnistía. Si miro hacia la historia, tiendo a creer que sí, porque el patrón ha sido de impunidad. Y eso tiene un impacto verdaderamente significativo en que ese intervencionismo [de los militares] se haya perpetuado hasta el día de hoy”, ha declarado Carlos Fico en una entrevista con Agência Brasil.Solo las protestas de la mayoría de los brasileños (ese 55% registrado en los sondeos) librarán al país de los fantasmas del pasado que rondan los laberintos futuristas del Distrito Federal como si estuviéramos en una eterna película (distópica) de ciencia ficción.
El fantasma de la amnistía para Bolsonaro ronda los laberintos de Brasilia
4 min
