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Estados Unidos : ¿Ha fracasado el ‘sueño americano’? | Salud y bienestar

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Decía el médico sueco Hans Rosling que la visión que tenemos del mundo a los 20 años queda petrificada a esa edad y ya no cambia por mucho que cambie el mundo. Es lo que nos ocurre a muchos con China, por ejemplo, ya que seguimos pensando que es la gran fábrica de mano de obra barata que fue en los noventa, a pesar del talento técnico y la sofisticación industrial que la caracterizan hoy en día. En el otro extremo, los que crecimos con las películas de Hollywood seguimos idolatrando a EE UU, a pesar de que ni el cine ni las series logran ya disimular lo que nos muestran los datos que llegan desde allí. Por ejemplo, la esperanza de vida es ya la más baja de los países desarrollados, 79,3 años, una cifra que España dejó atrás hace un cuarto de siglo. Esto no es ni mucho menos por falta de medios, ya que EE UU es el país del mundo que más gasta en sanidad: el 18% de su PIB, muy por encima del 10% español. El problemático sistema de salud privada ha antepuesto los beneficios económicos a la seguridad de los pacientes, y esto ha generado, entre otras cosas, la mayor epidemia de muertes por sobredosis de opioides que el mundo ha conocido, por culpa de un siniestro sistema de incentivos que favorece la prescripción excesiva de analgésicos.A esto se suma otro síntoma de descomposición, la tasa de homicidios, también la más alta de los países ricos, reflejo del acceso masivo a armas de fuego, un fragmentado sistema de salud mental, y sobre todo, una creciente brecha social. Porque el problema de fondo en Estados Unidos no es el déficit comercial con China ni la inmigración ilegal, el problema principal al que se enfrenta la cuna del liberalismo es un modelo económico que ha normalizado la desigualdad extrema. Según el índice GINI, EE UU es también el país con mayor desigualdad del mundo desarrollado, al nivel ya de Perú o Bolivia, y si hay una consecuencia trágica de esta desigualdad es la mortalidad infantil, la más elevada del mundo rico. Por decirlo mal y pronto, mientras unos pocos van al espacio con los millones que se ahorraron en impuestos, hay familias en EE UU que no pueden ir al pediatra sin endeudarse de por vida.Más informaciónPodríamos seguir, y llenar páginas con más cifras y rankings, pero la estadística que me parece más reveladora, más humana, es la que mide la satisfacción con la vida, esa brújula que señala hacia dónde nos lleva el progreso, si es que nos lleva a alguna parte. El Informe Mundial de la Felicidad de las Naciones Unidas revela este año un dato muy simbólico que ha pasado desapercibido: por primera vez en su historia, Estados Unidos ha salido del top 20 de los países más felices, cayendo al puesto 24, el más bajo desde que hay registros. En la última década, su PIB ha crecido un 55%, pero la satisfacción vital ha caído un 6%. Si la tendencia continúa, en apenas cinco años los estadounidenses estarán ya más insatisfechos con sus vidas que los españoles, a pesar de tener ingresos medios mucho más altos. Algo profundo está fallando cuando una sociedad es incapaz de transformar su enorme riqueza en bienestar para su población.Algunos creen que el ascenso de Donald Trump marcó el inicio de la decadencia estadounidense, pero lo cierto es que el republicano es solo un síntoma de un colapso que lleva décadas gestándose. Como europeos, estamos en un momento clave para decidir si queremos seguir el camino del consumismo, la hiperproductividad y la acumulación, o si en su lugar queremos que el progreso sea sinónimo de calidad de vida. Como dice el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, gran crítico de la deriva americana, no se trata de elegir entre socialismo o libertad como algunos nos han querido hacer creer, sino de encontrar un modelo que entienda las virtudes del sistema liberal estadounidense. Pero que al mismo tiempo corrija sus bien conocidos excesos, a través de un estado de bienestar fuerte, sostenido con impuestos progresivos. Eso es justo lo que han hecho nuestros vecinos nórdicos, y parece que les ha ido bien, ya que son los países más igualitarios, democráticos y felices del mundo. El ideal de vida que nos vendieron en las películas encontró su mejor versión hace tiempo en los países que apostaron por la cohesión, los servicios públicos y la igualdad. Mientras el modelo del “sálvese quien pueda” se resquebraja, Europa avanzaba con pasos cortos, pero firmes, hacia una idea más justa de civilización. Y sin darnos cuenta, el sueño americano cruzó el Atlántico. Ya no hay razones para sentirnos inferiores: Europa tiene, sin alardes, el modelo más admirable del mundo. Ahora toca defender con convicción lo que hemos construido aquí.


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