Rogelio Martínez se formó en la fila, junto a su hijo con discapacidad, y juntos esperaron casi una hora a que fuera su turno en la Utopía Teotongo, en Iztapalapa. Rodrigo Espinosa pasó directo, en la colonia Narvarte, de la Benito Juárez, donde votó “para generar un contrapeso”. Salieron juntos Nefi Domínguez y su hija Callie, que estuvieron durante días preparando la votación, y también Iván González y su hija Galia, que era la primera vez que participaba en una elección y le tocó una con nueve boletas y miles de candidatos. Votó María escondiéndose de sus vecinos, que la increparon por ir, pero que su hijo había convencido de que era importante. Trató de votar y no pudo José Luis Trujillo, que salió tan temprano de su casa en Tláhuac que todavía no abrían las casillas y vuelve tan tarde que ya hace tiempo que cerraron. Llegaron los que iban a votar solo por Lenia Batres y los que votarían a todos menos a Lenia Batres. Llevaban apuntados los números y los tribunales en papeles arrugados, en fotografías del móvil o en grupos familiares de WhatsApp. Algunos prometen que ahora sí se viene la justicia en México y otros creen que vamos directo hacia el peligro. Todos coinciden en algo: este domingo ha sido inédito. En México, la impunidad sube del 90% y la mayoría de los delitos no se resuelve nunca. Los mexicanos colocan a los jueces como los funcionarios más corruptos solo por detrás de los policías de tránsito. En un país con un salario mínimo de 400 dólares, hay ministros que reciben limpios más de 10.000 dólares al mes, y mantienen chófer y asesores de por vida. La justicia en México debía reformarse, conceden los entrevistados por EL PAÍS, es en el cómo donde empiezan las versiones y los caminos. Urnas vacías en la Alcaldía Magdalena Contreras.Mónica González IslasEste domingo casi 100 millones de mexicanos estaban llamados a las urnas, unos ocho millones en Ciudad de México. Se conocerá cuántos han participado esta noche, pero los sondeos calculan en torno a un 20%. Un porcentaje que será diferente según el Estado, la delegación o la colonia. Porque mientras las filas para votar se han multiplicado en Iztapalapa, la alcaldía más poblada de la capital y feudo de Morena, el partido en el gobierno y promotor de esta elección, las casillas con 60 o 70 votantes en todo el día eran una realidad en la Cuauhtémoc o en Miguel Hidalgo. Más idas y venidas en el núcleo panista de la Benito Juárez, donde aunque ha sido una jornada tranquila, los presidentes de casilla confiesan que no han estado parados. Había instaladas la mitad de casillas (84.000) que en la elección pasada, pero todo espacio servía: desde los aparcamientos de centros comerciales de la Roma, el supermercado del ISSTE, una esquina empedrada en la San Miguel Chapultepec, los garajes en la Narvarte o las Utopías de Iztapalapa. La gran mayoría de los puestos de votación ha empezado tarde. En el primer corte, solo el 20% se había instalado correctamente. “No llegaban los funcionarios”, explica Isela Moguel, presidenta de casilla de la Utopía Teotongo, que además era una casilla especial, que servía como centro de votación para todos los que vinieran de otras delegaciones o Estados. A primera hora, solo llegaron cuatro de los nueve funcionarios, faltaba al menos uno para que pudieran montar. “Tuvieron que ir a buscarlos hasta sus casas”, reconoce. Abrieron a las 09.50 horas, y dos horas después solo habían conseguido que votaran 57 personas. El resto, como Rogelio Martínez, aguardaba. El hombre, de 46 años, había llegado a votar a San Miguel Teotongo porque ahí va a clase de natación su hijo. Iba todo tan lento que temía llegar tarde a la sesión, pero creía importante poder llegar a las urnas: “Una voz, un voto, esto es un ejercicio y es un derecho”, apuntaba. Cree que la elección era una “buena idea” pero no de esta forma, porque no hubo mucha difusión de los candidatos: “Yo he ido sacando tiempo, 15 minutos, 30 minutos, en las últimas semanas, para ir buscando quiénes son, pero es todo engorroso, no he entendido muchas cosas”. Lo farragoso del proceso se repite por toda la ciudad. Callie Domínguez, de 19 años, había estado probando y estudiando con su padre, había entendido los criterios, había buscado los candidatos y había apuntado algunos nombres. Pero a la hora de la verdad, “no es tan fácil”, confiesa. “Me dieron unas boletas que no habíamos visto antes y eran muchos, algunos candidatos que buscaba no estaban en la lista, al final ya puse el que sea”, apunta la joven, que estuvo 20 minutos votando. Los presidentes de casilla calculan que cada votante ha estado, de media, unos 15. Porque en Ciudad de México, además de las seis boletas para cargos federales, había tres locales. Cada una tenía un color y, a veces, un tamaño distinto, pero en tonalidades parecidas, además de que había colores también dentro de las propias boletas, según si los juzgadores eran de materia civil, penal o administrativa. En resumen, “había muchas, muchísimas dudas”, han contado la mayoría de los presidentes de casilla. Ana Rosa Porras había ido este domingo a comprarse unos lentes nuevos, con algo más de aumento, para poder ver bien las boletas de la elección judicial. Aun así, no ha sido suficiente: “¡Una letra milimétrica!”, protesta, “¿qué eran eso uno o dos milímetros? ¡Y luego los colores!”. Llevaba apuntados los candidatos que quería elegir, ahora solo espera haber acertado. Ha votado en un parking de techo bajo y poca luz de la colonia Roma Norte, donde se ha ido encontrando a sus vecinos. Algunos habían tenido que hacer fotos con sus móviles a la papeleta y ampliarla para ver bien qué ponía. En esta casilla solo han votado 70 personas de un padrón de 1.000, un 7%, apunta Omar Sosa, el presidente de casilla: “Hemos estado muy tranquilos, claro, si no quieren votar, no quieren”.
Largas filas en Iztapalapa y un puñado de votantes en la Roma: la elección judicial divide a Ciudad de México
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