A primera vista todo está bien. María José abre la puerta de su casa e invita a sentarse en una cocina reluciente en la que no queda rastro del barro. Del “maldito barro”. La luz entra a raudales por la puerta del patio. Todo está impecable y en su sitio. Cuando habla, mira a los ojos y sonríe. Es una sonrisa rara, un poco melancólica, un poco dura, un poco forzada. Es una mujer guapa, de 47 años, con unos rizos rubios que le caen por los hombros. Dice que antes se arreglaba mucho para todo, pero que ya no, que no tiene ganas. Realmente, no tiene ganas de nada. Porque, aunque a primera vista todo esté bien, nada está bien. María José Almazán no ha vuelto a trabajar desde el 29 de octubre de 2024, la noche de la dana, la noche en la que la vida se le dio la vuelta en una perfumería de Catarroja. Cuando se quedó encerrada dentro de la tienda mientras el agua subía y subía con la persiana de la calle bajada. Cuando llamó desesperada una y otra vez al 112 sin que nadie le hiciera caso. Cuando salió nadando por un escaparate que gracias a dios reventó por la fuerza de la corriente. Cuando se agarró a un árbol para que no la arrastrara la riada. Cuando estuvo horas abrazada a un parabrisas sabiendo que su vida dependía de lograr sujetarse fuerte. Cuando la rescataron unos vecinos alzándola con el cable de un alargador que se enrolló por la cintura. Cuando pasó la madrugada escuchando gritos mientras veía sombras flotando en el agua que no sabía si eran ramas o muertos… “Tú me ves ahora y quizá piensas que tengo buen aspecto, que parezco una persona dura…, pero después de lo que pasó no logro seguir con mi vida con normalidad”, explica. “No puedo. Sobreviví, pero ahí me he quedado. Sin ganas de nada. Asustada por todo. Atrapada en aquella noche en la que pensaba que en cualquier momento iba a morir”.Los últimos seis meses han sido difíciles para todos en las zonas afectadas por las riadas. La dana dejó decenas de miles de perjudicados de todo tipo: murieron 228 personas y se perdieron casas, negocios, empresas, coches… Y aunque pasear hoy por estos pueblos muestra una realidad que nada tiene que ver con el apocalipsis del barro de los días que sucedieron a la gota fría, hay muchas personas con heridas invisibles pero muy profundas.Este reportaje es la historia de tres de ellas, solo un ejemplo de todos aquellos que, seis meses después, siguen atrapados en la dana. Amparo Chisvert-Tarazona no puede volver a su casa de Paiporta, la misma en que estuvo colgada de una puerta durante seis horas con su madre de 91 años intentando no ahogarse, y no cree que pueda hacerlo al menos hasta finales de este año o comienzos de 2026. Y la tienda de Elena Montañana en Catarroja, la única forma que tiene su familia de ganarse la vida, está vacía, con ladrillos y material de obra por aquí y por allá a la espera de un dinero que no llega y sin el cual no puede comenzar a vivir de nuevo.Volvamos un momento con María José. “Después de la dana yo no me daba cuenta de nada”, reflexiona en su comedor impoluto. “Estaba como ida. La planta baja de mi casa, donde tenemos el salón y la cocina, quedó totalmente destrozada, así que pasé mucho tiempo con mis hijos y mi marido y la ayuda de amigos y voluntarios arreglando y reponiendo todo. Vivimos días sin luz, sin agua, comiendo gracias a las colas del hambre… Nos pasó de todo, pero estábamos ocupados. Ahora la casa está bien y la que no está bien soy yo. No soy capaz de llorar, pero a veces empiezo a vomitar sin más. He tenido varios episodios así. Tengo miedo todo el tiempo. Cualquier cosa me asusta. Me despierto gritando por las noches. No tengo ganas de hablar con nadie ni fuerzas para hacer nada ni me apetece salir a la calle. Estoy triste y enfadada a la vez, como en tensión permanente. He perdido completamente la ilusión”.El día posterior a la riada empezó a correr el bulo por Catarroja de que “las chicas del Druni” habían muerto. Ella era una de ellas, la encargada de la tienda, y esa tarde estaba trabajando con tres compañeras más. Cada una sufrió su propia peripecia dramática tras salir las cuatro nadando por el escaparate reventado. Una se quedó agarrada a un árbol y todo lo que arrastraba la riada la estuvo golpeando durante horas. Las otras dos se subieron juntas a otro coche y las acabaron rescatando con sábanas desde un balcón. Pero el bulo de su fallecimiento corrió como la pólvora provocándoles un daño adicional. “Me encontré por la calle con mucha gente que se sorprendía al verme viva”, relata. “Y a veces aún me pasa, seis meses después. Yo sé que se alegran mucho de que esté bien, pero es agotador dar explicaciones una y otra vez. En estos pueblos seguimos sin hablar de otra cosa que no sea la dana, y así es más difícil aún pasar página”.María José revive lo sucedido aquella noche muchas veces sin quererlo, porque le viene a la mente aunque no quiera. Otras lo hace por prescripción terapéutica. Durante estos meses ha acudido a numerosas consultas psicológicas individuales y a la terapia de grupo que ofrece el Ayuntamiento de Catarroja, que le resulta muy útil porque puede compartir sus sensaciones y temores con gente que ha pasado por situaciones parecidas. También hace sesiones con una psicóloga especializada en trauma que se basan en volver a esos recuerdos, en regresar al 29 de octubre. “Espero que sea útil, porque salgo de ahí exhausta, agotada”, explica. “Lo único que tengo claro es que no es culpa mía estar así. Cada uno procesa todo esto como puede”.Amparo Gisbert, vecina de Paiporta, en el interior de su vivienda, que quedo arrasada por la dana.KIKE TABERNERLa casa de Amparo está en Paiporta, en una pequeña calle peatonal de edificios bajos en la que el día de la dana de pronto y en cuestión de minutos vieron aparecer olas gigantescas. La vivienda sigue vacía. Impresiona que hayan transcurrido seis meses desde la tragedia, porque parece que no haya pasado el tiempo. Ella tiene 66 años y vivía con su madre, de 91. Es la casa familiar de toda la vida. En su planta baja durante décadas regentaron la floristería del barrio hasta que la hermana de Amparo, que era el alma de la tienda, falleció de cáncer. Y allí probablemente habrían muerto ahogadas Amparo y su madre el día de la dana si los techos no fueran tan altos, lo que les permitió respirar agarradas a una puerta mientras todos los muebles de la casa flotaban a su alrededor. Las dos sobrevivieron, pero su madre salió de allí con neumonía tras haber pasado horas metida en esa agua enfangada. Nunca se acabó de recuperar, se fue apagando y falleció dos meses después de un infarto. Hay muchos casos así, que no constan como víctimas de la dana porque no murieron esa madrugada. “Mi madre era una mujer mayor, pero me parece indudable que su muerte se aceleró por la riada”, opina la hermana de Amparo, que la considera una heroína por haberla salvado. “Bueno, al menos pudimos despedirnos bien de ella”, dice con los ojos empañados. “Perdona, soy muy llorona. Pero es que tardamos muchas horas en saber si mi hermana y mi madre estaban vivas o muertas. En estas calles de Paiporta todo fue durísimo. Piensa que en esta calle tan pequeña murieron ahogadas cuatro personas, ocho si contamos otras casas que están aquí al lado”.Un aparejador va recorriendo las habitaciones mientras toma notas sin parar. A él también se le nota en tensión. “No damos abasto”, dice. “Tenemos problemas de suministros por todas las casas y locales comerciales que hay que arreglar en la zona y mucha presión porque ha pasado ya medio año y sabemos lo importante que es para la gente volver a sus casas y a sus negocios. Pero llegamos a lo que llegamos”. La dimensión de la zona afectada por la dana es de tal envergadura que los plazos de la reconstrucción se van dilatando tanto para los particulares como en las instalaciones municipales. Amparo vive ahora con su hermana en Mislata. Espera retomar su vida en Paiporta en algún momento, pero no tiene esperanzas de que suceda hasta al menos finales de año. Elena Montañana perdió su negocio de trajes de fallera en Catarroja durante la dana. KIKE TABERNERIndumentaria Montañana también lleva cerrada desde el 29 de octubre. Como si el tiempo se hubiera congelado después del fango. Donde antes se desplegaban telas falleras de colores, aderezos, peinetas o manteletas ahora no hay nada. Solo ladrillos, sacos, unos maniquíes tirados, unos estantes, una escalera de obra y mucho polvo. La tienda está en la avenida Rambleta de Catarroja, una calle que seis meses después de la dana está muy lejos de haber alcanzado la normalidad. Quedan infinidad de bares y tiendas aún cerrados a cal y canto, vacíos y con el barro muy presente. En algunas zonas aún huele a lodo y aguas fecales. La tienda de ropa fallera la gestionaba el hijo de Elena y ella, de 52 años, trabajaba como costurera. Toda la familia vivía de ese negocio familiar, pero desde hace seis meses solo tienen los 480 euros de renta de inserción que recibe su marido. “Perdimos 64.000 euros en material y el local quedó devastado y con daños estructurales severos”, explica Elena. “En estos bajos entraron coches, camiones… de todo. El nivel de destrucción fue brutal, pero el perito del consorcio de seguros hizo una evaluación por videollamada y nos ofrecieron solo 35.000 euros por todo. Con eso no podríamos reabrir de ninguna forma, así que recurrimos y no hemos vuelto a saber nada”.Elena también tiene que reponer las puertas de su tienda. Y el parqué, el cableado eléctrico, el techo, el mobiliario, la máquina de coser, la planchadora, la bordadora … “Con las ayudas que hemos recibido hemos arreglado algunas cosas, pero no es suficiente”, dice en medio del desangelado local. “El dinero es necesario para resurgir psicológicamente, para volver a empezar a vivir. Lo que se ha vivido aquí es muy duro. Nosotros hemos perdido a tres amigos y hemos visto situaciones espeluznantes. Necesitamos tener tranquilidad emocional de una vez”.La tienda de Elena está a apenas 700 metros de la perfumería Druni en la que trabajaba María José, que también sigue cerrada, y muy cerca de su casa, donde todo parece tranquilo, donde a primera vista todo está bien… pero nada está bien. “A veces la gente de fuera me dice: ‘Bueno, ¿qué? Allí ya estáis todos bien y todo olvidado, ¿no?”, se sorprende ella. “Me da la sensación de que fuera de Valencia, o incluso fuera de nuestros pueblos, no se ha entendido lo que ha pasado aquí. Hemos vivido un trauma colectivo muy profundo y vamos a tardar en estar bien. Sí, han pasado seis meses, pero no, no hay nada olvidado”.
“No soy capaz de llorar pero tengo miedo todo el tiempo, me despierto gritando en mitad de la noche” | España
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